lunes, 29 de febrero de 2016

Holocausto en la cajuela



John Wellington Chiliquinga, jefe del departamento de investigación de la policía, se rascaba la cabeza como señal de desconcierto mientras miraba el cadáver en descomposición de un señor obeso en la cajuela de una camioneta roja a orillas de una funeraria. Además pensaba en los acontecimientos incongruentes que habían ocurrido un tiempo atrás: 12 cadáveres en 3 meses habían sido encontrados en cajuelas de autos reportados como robados a pocos metros de la misma funeraria al sur-este de Guayaquil; los cadáveres habrían tenido ciertas características similares: Eran personas que tenían enfermedades como sida o cáncer adelantado, habían sido personas con antecedentes delincuenciales graves, registraban consumo de alcohol o drogas al momento de la defunción y sobretodo, nadie los reclamaba.

Lo que sorprendió al General Chiliquinga fue que estos acontecimientos sin resolver habían cesado hace casi dos años desde el último caso, además, en ésta ocasión la camioneta donde se encontró el cadáver no había sido reportada y éste cadáver no era de una persona con problemas médicos, ni antecedentes delincuenciales, pero si contenía una gran cantidad de químicos, los mismos que han sido hallados en los otros doce cadáveres y que, según los forenses, fueron los causales de todas las muertes.
Resulta que el dueño de la camioneta era también el dueño de la funeraria y el ahora occiso.

Como bien dice el dicho popular en los barrios bajos de Guayaquil: “El que la hace, se olvida; el que la recibe, nunca...”.