Holocausto en la cajuela
John Wellington Chiliquinga, jefe
del departamento de investigación de la policía, se rascaba la cabeza como
señal de desconcierto mientras miraba el cadáver en descomposición de un señor
obeso en la cajuela de una camioneta roja a orillas de una funeraria. Además
pensaba en los acontecimientos incongruentes que habían ocurrido un tiempo
atrás: 12 cadáveres en 3 meses habían sido encontrados en cajuelas de autos
reportados como robados a pocos metros de la misma funeraria al sur-este de
Guayaquil; los cadáveres habrían tenido ciertas características similares: Eran
personas que tenían enfermedades como sida o cáncer adelantado, habían sido
personas con antecedentes delincuenciales graves, registraban consumo de
alcohol o drogas al momento de la defunción y sobretodo, nadie los reclamaba.
Lo que sorprendió al General
Chiliquinga fue que estos acontecimientos sin resolver habían cesado hace casi
dos años desde el último caso, además, en ésta ocasión la camioneta donde se
encontró el cadáver no había sido reportada y éste cadáver no era de una
persona con problemas médicos, ni antecedentes delincuenciales, pero si contenía
una gran cantidad de químicos, los mismos que han sido hallados en los otros
doce cadáveres y que, según los forenses, fueron los causales de todas las
muertes.
Resulta que el dueño de la
camioneta era también el dueño de la funeraria y el ahora occiso.
Como bien dice el dicho popular
en los barrios bajos de Guayaquil: “El que la hace, se olvida; el que la
recibe, nunca...”.